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miércoles, 11 de septiembre de 2013

De pelo largo y muy largo




Iba paseando por la playa y las vi de lejos. Eran dos jovencitas de unos dieciséis años. Una con el pelo largo y la otra muy largo. Llamaban la atención por el pelo y por lo juntas y quietas que estaban, metidas solo los pies en el agua. Me acerqué y me senté en las proximidades para poder verlas. Estaban medio jugando, se miraban muy tiernas y parecían no tener conciencia de que allí había gente.

Después de un rato de carantoñas y juegos, se fueron metiendo en el agua, siempre jugando y sin dejar de mirarse. Cuando les llegaba por la cintura se acercaron un poco más. Los juegos empezaron a ser más serios, más próximos y se miraban más despacio. Cuando el agua les llegaba apenas al pecho, comenzaron a abrazarse y entre juegos, a restregarse las partes de arriba del bikini, a veces se les subía y se reían, se lo acomodaban y seguían jugando. Como ya estaban lo suficientemente lejos no había problema.

Siguieron adentrándose en el mar hasta asomar solo el cuello y la cabeza. La mar tranquila dibujaba una mesa ondulada donde se escondía el placer bajo la silueta de, dos apenas niñas, sin ningún tipo de limitaciones. Comenzaron a besarse, tapadas por lo ruidosos niños que chapoteaban y hacían snorkel un poco más cerca de la orilla. Les servían de muralla, para todo el mundo menos para mí que me tenían hechizada, y las iba siguiendo por donde se movían. Cuando comenzaron a girar las cabezas con los besos más salvajes, era más lo que imaginaba que lo que en realidad se veía. Pero yo conocía el momento.

Años atrás teníamos que irnos a jugar con las amigas durante la siesta, más tarde a coser para poder estar juntas, nunca por la calle, y sin ningún tipo de reconocimiento fuera de esos lugares, prohibidos y oscuros, donde primero el sexo, y luego el amor tenía que quedarse enterrado. También teníamos la sensación de que estábamos haciendo algo malo, --a los chicos les decían que era contranatura, ¡qué palabra más horrible para hablar del sexo y del amor!-- Siempre clandestinas, siempre pecando y sin poder hablar con nadie de lo que sentíamos y de lo que necesitábamos…

Ahora que las veía disfrutar de su libertad, daba por bien empleados todos nuestros sufrimientos. Habíamos logrado esta libertad, viviendo ocultas, amando en silencio, pero por fin bajo el sol y la vista de todo el mundo, podía disfrutar de lo que yo nunca pude hacer.

Me levanté y seguí caminando unos minutos sola, hasta que me alcanzaron mi marido y mis hijas.
VIRtudess

domingo, 1 de septiembre de 2013

Cuanto más vieja…



Eso me decía mi amiga Helen el otro día por teléfono. Dice que con los años cada vez le gusta más disfrutar de la vida, cada vez tiene menos prejuicios, menos tonterías que le impidan vivir más intensamente. Esto me lo contaba a la par que me decía que había conocido a un hombre más joven que ella. --Cuando ella dice más joven… -- Pero la realidad, según me contaba, era que los hombres de su edad, ya han perdido la práctica, no la teoría, porque siguen fantaseando con una potencia que ya no tienen. En lugar de jugar con las cartas que les quedan, se rinden y prefieren seguir viviendo de recuerdos y de bravuconadas que en otros tiempos, y no siempre, funcionaron.

Humberto vive cerca de su casa. Es el típico vecino que siempre hemos visto, eso, como un vecino, pero que nunca hemos reparado en él como un hombre. Dice que se le encontró una noche del final de este verano, de vuelta a casa y ya sin esperanza. Como iban hacia el mismo sitio, se acompañaron, y se descubrieron.
Dice mi amiga que redescubrió en su vecino, una persona sensible, con la que se podía hablar de todo, sin compromisos ni presiones, en un ambiente distendido, --al principio, porque yo conozco a Helen--.

 Me contó, de pasada, y sin darle importancia, que se ha sentido otra vez hembra en celo ­--Helen es muy expresiva, al menos conmigo— que se ha visto volar, ensartada en su vecino, una y otra vez; que ha sentido su fragilidad, frente a los envites desesperados de él; que le ha gustado arrebatarle el placer que guardaba, y que no pensaba volver a derramar --o escupir, como dice Helen--; que se ha sentido querida, y sobre todo apetecida, a una edad en la que se supone que ya no debe ni desear, ni ser deseada.

Si un hombre mayor sale con una chica más joven –o muy joven--, se le considera un semental, un triunfador. Suponemos que es muy viril y que ha llevado una vida llena de placer. Pero si es una mujer… la cosa cambia. Yo creo que es por envidia, de algo que otros hombres no se consideran capaces de hacer.

Han hablado y han decidido llevar una relación como una pareja normal, sin darle tanta importancia a la edad. Yo he ganado un amigo, y he perdido una posibilidad, que aunque  he soñado, en el fondo, sé que nunca podrá llegar a cumplirse.



Virtudess