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martes, 15 de febrero de 2011

El Olvido en la Tarde


Me había fijado en ella en la boda, iba acompañada por una amiga, y solo me atreví a mirarla con cierto descaro para llamar su atención. Ella lo notó y tomó nota. Después de la boda alguien dijo de continuar la juerga en un piso que tenía cerca de la avenida. Subimos cuatro pisos de terrazo claro y deteriorado y ante una puerta desvaída se abrió un mundo distinto: un piso de estudiantes, de muebles viejos y con estilos propios y diferentes, que nos ofrecía posibilidades desconocidas. En el salón de la casa se puso música de la que nadie oye, y con alcohol y cola en vasos de plástico, comenzó la fiesta. Se empezaron a hacer grupitos de personas, que solo se conocían de aquel día, que entablaron enseguida conversaciones de política, comentarios sobre la boda o cualquier otro asunto. Era gente abierta y se cambiaba de tertulia con facilidad. Simplemente girándote, participabas de otra conversación, y con un gesto de aprobación te metías en la charla.
En el comedor, una habitación algo esquinada y con acceso a otra estancia con literas, se creó un ambiente de complicidad. La gente que había allí, continuando con la conversación, y abandonándose al ambiente, comenzó un baile muy cercano. Era el resultado de la felicidad y el alcohol. Las personas que no bailaban se salieron al salón.
 Entré al comedor a buscarla, ella salía sin pareja. Me vio, y sin decir nada, con una leve sonrisa se fue hacia el centro de la habitación. La luz desaparecía por el ventanal que daba a la avenida. Allí era donde más perdidas y arropadas estábamos. Nadie miraba a nadie, era como una orgía impersonal, todas éramos conocidas y desconocidas.
Se creó un entorno privado, propio, donde nadie era consciente de la pareja que tenía al lado, y el grado de intimidad creció al máximo.
Ella llevaba un vestido precioso con cuello alto y sin mangas. Delgada de brazos y de talle fino, nos encontramos, y sin hablar, nos juntamos y apretamos, intentando buscar la postura idónea. Su cabello rubio, más largo que el mío, caía sobre mi hombro y volvía a desaparecer. Nos movíamos bailando, pero lo que en realidad estábamos haciendo era conectarnos. No nos conocíamos de nada, no conocíamos nuestros nombres, ni la cercanía a los contrayentes, solo teníamos en común una sonrisa de duda, una mirada de aprobación y un deseo de contacto. El deseo de acercarnos, de estar juntas, de estar unidas. Tenía la altura exacta, el tamaño adecuado para ser abrazada, para estar pegada a mi. En un principio no notaba ninguna parte de su cuerpo en especial, porque estábamos ajustadas como dos piezas que tienen que funcionar juntas. Nos quedamos paradas para no perder el poco contacto que podíamos perder con el movimiento pausado del baile. Quietas, empezamos a apretarnos, para ajustarnos aun más si fuera posible, ayudadas por las manos, apoyadas descaradamente encima de nuestros vestidos, incluso intentamos mover nuestro pecho para rozarnos más, pero fue imposible por el perfecto acomodo que teníamos. Después de unos minutos cálidos, yo estaba totalmente excitada y no quería soltarme, pero ella aflojó los brazos. Me cogió de la mano y me llevó al cuarto de las literas.
 Allí el ambiente era aún más oscuro, debido a la caída de la tarde y a su ventana de menor tamaño. En la cama de arriba había una pareja que se abrazaba con avaricia, por los movimientos entre las sombras y jadeos que dejaban escapar sin ningún pudor.
Parecía que se habían creado dos habitaciones para el amor desconocido, anónimo y generoso. Ella se sentó en la litera de abajo, y después de dedicarme una sonrisa incitadora, se fue al lado de la pared y dejó casi toda la cama para mi. Me tumbé a su lado e intenté besarla, pero ella se subió encima, me sujetó las muñecas, a los lados de mi cara con las manos y empezó a besarme. Empezó por los dedos, las muñecas, los brazos, por encima del pecho, el cuello, la barbilla y siguió por el otro lado. Yo quería alcanzar a probar su sabor, pero ella parecía que sabía lo que estaba haciendo. No podía dejar de desearla y estaba cada vez más excitada. La noche terminó en mi piso, entre su piel de seda y mi deseo de franela.
Desde aquella noche nos hemos visto todos los días. Y ahora después de cincuenta años de vivir juntas, como dos amigas solteronas, con la única tristeza de no haber podido gritar al mundo nuestro amor,  en esta tarde tranquila, empezamos a olvidarnos.

Virtudess

jueves, 10 de febrero de 2011

Entre Vísperas y Completas



En clausura la vida se desliza lentamente. Después de Vísperas, en la capilla, no consigo ser yo, no me encuentro. No sé si es por la cercanía o lejanía que siento aquí, o por la compañía de tantos seres programados que la visitamos a diario, con las cuales no me siento identificada. Me aconsejan que busque fuera, en una dirección determinada, las respuestas que en mi soledad persigo y vislumbro en mi interior.

En este sigilo, me gustaría ser yo misma, aunque solo fuera frente a mí. Reservarme un minuto en esta vida de retiro, de tanta entrega a la comunidad, al recogimiento, para preguntarme qué soy, quién soy, qué quiero conseguir en la vida, pero sobre todo, qué hago aquí...
En mi encierro envidio sentir, como lo hacen las otras mujeres del mundo. Por un ventanuco veo su cara de felicidad, que yo nunca he tenido y me doy cuenta de mis carencias. Yo también tengo necesidad de enamorar y de que me enamoren. No solo adorar a una imagen, que dicen que me ama, aunque yo no lo sienta, también necesito amor carnal, aunque en este silencio impuesto no pueda decirlo. Se supone que tenemos suficiente amor con desearlo; el que representan algunas imágenes y el de las demás hermanas, pero para mí no es suficiente. Quiero apoyarme en esta pena continua, en este dolor indefinido, en el desgarro interior que siento al intentar dejar una vida  impuesta, que aunque triste se supone que cómoda. Me han tapado los ojos, o me he tapado los ojos con una vida segura y despreocupada.                                                                                               
¿Por qué tengo que aparentar? ¿Por qué tengo que ser la que no soy ante ellas?
El monótono reloj en el que vivo solo hace tic, pero yo quiero amar como cualquier mujer, con la mente y con el cuerpo. Con la mente estoy empezado a hacerlo; se me está olvidando ese sentimiento de culpa que me inculcaron de niña. Con el cuerpo pretendo hacerlo ahora, ya no me valen los sueños. No me sirve, siempre que tengo dudas, mi casi enfermizo amor por mí misma, aunque después el remordimiento me vuelva a mi posición y me reubique en el rebaño. Necesito otra mujer con la que compartir, con la que equivocarme y acertar juntas, otra mujer que experimente la misma sensación que yo cuando veo algo que me atrae, que me excita, otra mujer con la que no tenga que disimular cuando se desata la pasión; que ahora tengo que disfrazar con un amor egoísta. Necesito tocar y ser tocada. Bajo esta vestidura aletea una vida que necesita de un amor compartido, pleno, no limitado en su expresión más hermosa. Basta de sufrir voluntariamente y con agrado. A nadie le gustan las penas y menos cuando son deseadas, buscadas y conseguidas. Desde ahora dejaré abierta la puerta de mi celda.
Voy a lanzarme a vivir fuera de estos muros y si me equivoco sufriré las consecuencias, como cualquier mujer que no ha tenido unos hábitos y una institución que la proteja.
Virtudess