Seguidores/as

miércoles, 21 de septiembre de 2011

El lugar del Maestro


Me llamo Enora y soy la mujer del Hombre del Tiempo. Tengo una estatura media, ojos oscuros y cabellos blancos prematuramente. Mi marido se llama Segundo y a veces se lo llevan a algún nuevo fortín o cuidad conquistada y se pasa meses trabajando allí: intentando predecir el tiempo, instalando relojes de sol y enseñando a los hombres elegidos para esa tarea, la medida del tiempo y el funcionamiento de las máquinas básicas para ese trabajo.
Mi amiga Piela es muy mujer, no tiene la apariencia de adolescente que tengo yo. Carnes blancas y generosas cubiertas por un pelo excesivamente largo y negro. Una silueta que puedes adivinar desde lejos. Es la mujer de Curtino, un batanero que suele volver a casa cada dos lunas y siempre con un olor muy desagradable, pero como él dice: es lo que nos da de comer.
Ramasi es la más abierta y la más joven de las tres. Igual va de largo que de corto. Todo le está permitido. Tiene una personalidad arrolladora. Ayuda a su marido Medero en la carpintería, solo por estar al día de las cosas que suceden en la ciudad. Las vecinas le comentan lo sucedido para que ella lo transmita a las demás personas. Se pasa más tiempo en la puerta de la carpintería que haciendo algún trabajo dentro. Habla con cualquiera que pase por el taller y los clientes vuelven y traen amigos, con lo que su marido, casi prefiere que esté en la puerta que dentro. Para cobrar es justa; si el mueble está bien hecho, y dependiendo del cliente, saca buenas monedas del trabajo de Medero y sus aprendices. Pasada media mañana se sube a la vivienda y ya no baja.
Las tardes son para nosotras. Nos solemos juntar en mi casa. Teóricamente a remendar ropa, pero hay prendas que tardan mucho tiempo en salir de aquí.
Hoy Ramasi ha empezado a preguntarnos si nos ayudamos con algún artilugio en nuestra vida íntima. No nos ha dado tempo a contestar, nos ha contado que ha empezado a usar una estatua de madera de pino, del maestro de su marido, que éste le regaló al principio de su relación, y que hasta hace poco no le había encontrado utilidad. Tiene la longitud de la mano y consiste en un hombre, algo curvado, con las orejas y la nariz exageradas, que le abultan mucho la capucha. Lleva una capa con pliegues y en la base unos pies muy grandes, y entre el final de la capa y estos, se mantiene de pie y en su sitio sin esfuerzo.  Nos ha contado cómo en una tarde que no pudimos juntarnos, y echando la culpa de su soledad al trabajo de su marido, vio la estatua de su maestro, en un lugar predominante, sobre la chimenea y tratando de castigarle, le cogió con la mano y al apretarle, percibió cierta forma conocida. Pensó que no le haría daño experimentarlo y ungiendo al maestro con aceite de oliva lo probó como sustituto de su marido. Lubricado como estaba, se oscureció un poco acercándose más al color verdadero.
El éxito fue total. Por fin se hacía cuando y como ella deseaba, con la velocidad adecuada en cada momento y con la profundidad exacta. Después no tenía que hacer nada mas cambio. Era perfecto. Pero claro, mezclándolo con el alumno de su también y desde ahora nuevo maestro. Realmente el maestro era más sabio que su marido.
Nos quedamos sin saber qué decir, pero como lo explicó con tanta naturalidad, parecía que éramos nosotras las que estábamos atrasadas de los adelantos modernos. No obstante quedamos en hacer pruebas cada una en nuestro campo.
Piela dijo que el cuero sería difícil trabajarlo para conseguir una textura similar. Quizás sería más fácil lograr un fracaso en la cama que un éxito, pero que lo intentaría. Yo creo que no quería ni intentarlo, porque su marido es un pesado en ambos sentidos y ya tiene bastante, como para recrearlo cuando no está...
Como Piela no volvió a decir nada, una luna después les conté mi experiencia, cuando ya estaba suficientemente probada, claro.
Les conté que encontré una figura similar a la de Ramasi, pero de piedra, de un color verde que me desconcentraba. Pero observé que dejándolo cerca de la lumbre adquiría una temperatura ideal. Lo tomé como un buen principio de éxito. Segundo utiliza muchos artilugios de vidrio. Unos largos, otros cortos, pero tiene una especie de tubo para medir la cantidad de agua de lluvia, que tiene unas protuberancias, indicando las medidas, que tiene cierto futuro. El problema es que me he acostumbrado a las cosas calientes y las frías tengo que calentarlas. Hasta que descubrí que se podía llenar de agua caliente y tapar el extremo con un corcho. Después de esto, había logrado tener el tiempo deseado del Hombre del Tiempo, al que siempre le faltaba tiempo.
Virtudess

jueves, 23 de junio de 2011

Vuelvo a Estar en Paz

   Estoy en equilibrio. Acabo de terminar la meditación y el saludo al sol y al alba que llegan en plenitud y armonía. Paseo por la casa descalza. Los primeros rayos de sol que se cuelan por el balcón, calientan mis pies y hacen de la estancia un espacio inmenso de paz. El silencio que mantiene la aurora sobre el mundo hoy, es distinto, nunca lo había sentido así.     Ese fresquito del amanecer, hace que todo mi cuerpo permanezca tirante, esperando que llegue el primer calor del día, para relajarse. Los aromas son más puros por la mañana.  El efluvio delicado y suave del mar contrasta con los restos de perfume que quedan en mi cuerpo. Ya no es el olor de él, de la pasión desatada, ahora es un aroma lánguido, de recuerdos gozosos, un olor conocido, olor de saliva elaborada, y del sexo pasado, que han quedado pegados a mi piel con memorias que se desvanecen. Comienzo a sentir calor en mi cuerpo, mis pezones se destensan y vuelven a moverse juguetones bajo el lino agradable de mi camisa abierta.
   El té de la tarde fue relajado hablando de tiempos pasados. Los comentarios mezclados con las pastas dieron paso a los silencios y las primeras miradas. Insinuación delicada, toques accidentales y acciones evidentes, terminaron en un abandono de las formas sociales, morales y verbales. La madera del suelo sujetaba el nido de ropas que nos recogía, intentando evitar, no siempre con éxito, que la pasión golpease las partes romas de nuestras anatomías, que abandonando la medida y la física convencional, se desataban en un revuelo de masajes, besos y ajustes, de todo tipo. Gestos repetidos hasta conseguir una y otra vez el clímax buscado, alternándonos como amantes egoístas. Después, nuestros cuerpos poco a poco, fueron perdiendo el ardor general y localizado, y el ansia de placer que solicitábamos a la otra mitad del nido.
   Por fin le he visto entregarse y vaciarse como un loco, sin las limitaciones y las filosofías inculcadas de aquellos años. Qué distinto de nuestras primeras experiencias... Él también se acordaba de todo, pero no quiso comentar lo que me decía en la penumbra bajo la cruz: me estoy reservando.
 Virtudess

martes, 7 de junio de 2011

Estrella y Carlos


Siempre he sido un poco rebelde, nunca me han gustado ni las normas, ni las modas y he creído en la libertad del individuo y que el desconocimiento del futuro da razón al presente. Me llamo Estrella, soy morena, tengo un niño de siete años y peso algunos kilos más de los que debería de pesar (pocos), pero me quiero y me admiro, ahora más que antes.
Cuando me casaron, con un marido limitador y limitado, comencé a ver lacrarse puertas, día a día veía como se cerraban frente a mí. Posibilidades que había tenido, pero que en el nuevo contrato de la vida ni siquiera estaban contempladas. Esperé el tiempo máximo que podía aguantar en aquella situación,  y por fin quedé libre del limitador, de tanto lacre y de las paredes que soportaban las puertas. Ahora estoy separada de un amor oficial  y bien situado de juventud,  al que fui llevada como única salida a mi situación laboral y personal.
Desde pequeña he sido muy sensual, vamos que me ha gustado pasarlo bien, sin gastar mucho, utilizando mis propios recursos y los de los y las demás. Como decía mi amiga Mayte: no es de sabios limitar los placeres. Entre las cosas que no he limitado nunca, está el encanto de una buena tarde o un buen fin de semana con alguien especial que te haga sentir lo que tú creías que no podías volver a experimentar. Ese entregarse sin reservas, como si fuera lo último que vas a hacer en la vida, y que después no tendrás que justificar ante nadie... De esos que suceden pocas veces y se sueñan muchas. Ahora con cierto control, que me sirve para disfrutar aun más, he dejado mi alma y mi vida sin cancelas, abierta a lo que venga. Y cuando me muera que me entierren.
Mi hijo es lo más importante de mi vida y todo lo estructuro con respecto a él. Carlitos no tiene la culpa de que Carlos, su padre, cuando lo vio con la cara típica de los niños que tienen su enfermedad y supo que con un corazón tan débil, a lo mejor no resistía mucho, no se pudiera enfrentar a la situación y decidiera poner la panadería a mi nombre y desapareciera. Se fue a buscar relaciones más sencillas, sin tanta responsabilidad. Nadie puede juzgar lo que hay en la cabeza de otra persona; no le culpo, pienso que cuando se rompe una cosa al menos hay dos trozos, dos partes, dos opiniones... incluso le agradezco que me permitiera dar al niño un amor que él no conocía y me dejara la libertad de poder volver a ser quien era cuando le conocí.
Ahora cuando Carlos está con mi madre o con sus primos, en casa y fuera de ella, puedo comportarme como en mi interior seguía siendo, pero adaptada a mi nueva situación, es decir, el idealismo y las ganas que tenía a los quince años, pero con la experiencia y sobre todo con la tranquilidad y el poso de la edad que tengo.
Aunque no soy muy alta, estoy bien proporcionada y soy agradable; vamos, resultona, por lo cual no me resulta difícil buscar entre personajes que han pasado la cincuentena como yo, y elegir con cierta facilidad mis ligues. A veces necesito la complicidad de una mujer, no quiero tener que estar alerta, prefiero dejarme ir. Otras prefiero proteger, me siento fuerte y quiero sentir el poder de la protección, lo mismo a ellas que a ellos, aunque con los hombres algunas veces tienes que estar más atenta y sobre todo ser un poco lo que esperan de ti, sin serte infiel a ti misma, no te puedes descuidar mucho, y eso requiere algún trabajo extra.
Busco un ligue besucón y temporero. Que sepa besar. Que use y abuse del beso, de todos, y que me enseñe, acepte y valore los míos como yo haré con los suyos.
Temporero, significa que en la temporada que esté, dé todo, pida todo y que acabada la campaña, desaparezca hasta el siguiente verano, por ejemplo. Que me de cariño comprensión y compañía, no como una mascota, sino como un igual, alguien que busque la misma libertad que yo.
En la Asociación viajamos mucho, y en uno de esos fines de semana que se sueñan y se viven raras veces, coincidí con una pareja Armando y Rocío. Eran de Perú, sobre todo él. Tenía rasgos de indio tranquilo y trabajador. Enseguida congeniamos y en pocas horas es como si nos conociéramos de toda la vida. Ella más menuda y delgada podría pasar por nórdica por el color claro de su piel y la belleza de sus ojos claros. Parecían muy amables y serenos, pero cuando Rocío pudo hablar conmigo a solas, me empezó a contar los problemas que tenía con su marido. Nos fuimos a mi cuarto, y mientras hablaba, la noté desprotegida y comencé a abrazarla y a besarla, ella al notarse querida y reconfortada respondió a mis besos, abrazos y primeros acercamientos. Parecía una hembra en celo escondida en un alma cándida. Cuando se liberó, olvidó nuestra incipiente amistad y se lanzó sobre mí exigiéndome que le arrancara todo el placer que llevaba a flor de piel; quería ponerse al día con urgencia. Yo había observado en la playa su cuerpo cuando nos conocimos; labios de marfil, pechos de muñeca y caderas de lago tranquilo en las que bucear al atardecer sin prisas. Ella me pedía que fuera nadando por todo su cuerpo, haciendo los altos pertinentes, desde los labios hasta su lago, en el que parecía querer ahogarme. Sus orgasmos eran pequeños movimientos de dudas, un silencio de corchea y un bamboleo sin control. Era maravilloso verla con los ojos cerrados y ese montón de medios giros continuados que la dejaron exhausta a ella y envidiosa a mí. Menos mal que Armando, al día siguiente, me contó en su cuarto los problemas que tenía con Rocío.
 
Virtudess

miércoles, 6 de abril de 2011

Trufa de Avellana


Cuando te vas a comer una trufa empiezas a pasar la vista por su exterior, después intentas captar su olor característico y comienzas: mirando y lamiendo, saboreando y lamiendo, lamiendo y lamiendo. El chocolate negro es más fuerte y está más duro, para proteger lo que esconde en su interior, tienes que aprender a sacarle el sabor, pero con paciencia y tesón lo consigues.
Ella siempre ha sido una persona muy abierta, en todos los sentidos, es decir, da todo, acepta todo y ni siquiera se molesta en ser rencorosa; dice que pierde un tiempo que puede ocupar en cosas más placenteras. No cuesta mucho llegar a ella, pues es confiada y nunca tiene inconveniente en conocer a nadie ni en probar cosas nuevas. Así la conocí yo, sin demasiada confianza en encontrar lo que encontré: una verdadera amistad, pero con mi interés por todo lo que tuviera que ver con este mundo tan dulce.
Una trufa debe de estar hecha con distintos tipos de mousse de chocolate. Así le pasa a ella, según la iba conociendo, iba encontrando diferentes facetas de su vida, distintas pero complementarias. Estas capas consiguen que el sabor de lo que te estás comiendo, sea único cada vez, aunque sea siempre lo mismo. Las diferentes mezclas que se hacen en tu boca, te sugieren sabores a veces desconocidos. Hay una cosa que a todas les gusta, y es ser comidas, degustadas, paladeadas y tragadas. Por quién, a veces,  es lo menos importante, lo principal es ser deseada por todo el mundo y que te devoren con fruición y te hagan sentir que tu cuerpo, ha dado placer a alguien.
Después de varias sesiones con ella, la tenía casi como modelo. Me enseñó que no existe la delgada línea entre el amor y la amistad. Me enseñó que para llegar al amor hay que basarse en los cimientos de la amistad, y desde allí, construir la vida con amor o el amor con la vida, da igual. Una maestra de la existencia que nunca habría enseñado su título a nadie; seguro que cuando se lo dieron lo rompió para evitar presumir de ello. Seguro.
Yo iba con mi escudo, aunque no lo quería admitir; ella simplemente se limitó a mostrármelo y a dejarme ensayar. Cada persona sabe lo que tiene que hacer; hay que dar tu punto de vista con sinceridad y respeto y dejar actuar la libertad de las personas; es decir, me mostró cómo se hacía y me dejó practicar a su lado. Nunca exigió nada y siempre me lo dio todo.
Cuando después de un poco tiempo infinito, llegué a su centro, me encontré la avellana. Su corazón estaba endurecido pero era comestible. Suponía dificultad para cualquiera llegar allí; solo requería más trabajo del que muchas veces empleamos para intentar conseguir algo. Tenía ese sabor a madera, consistente, propio, gustoso. Ese sabor que te confirma que ha merecido la pena el esfuerzo para llegar a obtenerlo.
Allí vi como se desbordaba el sufrimiento escondido entre tanta dulzura; las enfermedades modernas padecidas por su entorno más cercano, su soledad frente a ellas, la falta de esa persona especial para compartir el dolor, la lejanía de quienes deberían estar más cerca, sobre todo en ocasiones como estas y su total falta de rencor por la sociedad y por su entorno más próximo. Era de mi edad, pero daba la impresión de ser una persona con mucha experiencia, de esas que  conocemos con el poso que da la costumbre y la tranquilidad de una vida a la que no se le debe nada, con la que se está en paz.
Yo estuve allí en aquel momento, escuché, comprendí y apoyé. En mi  interior quedó el ejemplo de madre, madre que yo nunca podría ser y quedé con mi ancla echada en esa amistad. Ella sigue arrastrando mi ancla y yo intentando aprender a dejarme arrastrar por ella.
Virtudess

miércoles, 9 de marzo de 2011

Una Sultana Más

 La noche se desarrolló como de costumbre; tenía que disimular. Por la mañana temprano, en nuestro avión particular fui llevada a Europa. Era un viaje como todos los meses: iba de compras.
Una semana antes, llegó una sirvienta nueva. Nadie preguntó porque todo el mundo sabía. Ella pensaba que era afortunada; venía de un pueblo cercano sin muchas posibilidades. Como equipaje tan solo traía su belleza y su juventud. Yo le auguré poco tiempo y mucha desdicha.
Después de llegar al aeropuerto, el piloto dejó mis maletas en un carrito y quedé sola. Me quité la ropa que traía y la cambié por la europea que tenía preparada y llamé a mi amante. Se presentó al cabo de una hora. Fue una hora de tránsito. Repasé mi vida anterior, el viaje, y observé la mujer que esperaba a su enamorado. Él no sabía cuando iba a presentarme, yo tampoco sabía si mi marido accedería al final a dejarme salir el día programado.
Desde allí Hans quería ir al hotel, como cada vez durante los trece meses anteriores, pero hoy era distinto, yo quería ir al zoo, deseaba ver el aspecto de animales encerrados en jaulas para disfrute de sus carceleros. Mi amante no lo entendió pero aceptó y me dejó mi espacio. Paseé sola entre las jaulas. Algunos estaban en una fingida independencia, parecía que tenían de todo en su encierro; agua, aire puro para respirar, sitio al sol, árboles... pero si te fijabas, tenían una pequeña valla, que se anunciaba electrificada, que cada vez que la rozaban, les recordaba que ahí se acababa su libertad. Tenían la cara triste, se movían lentamente, ni siquiera se miraban entre machos y hembras. Todos con el mismo destino: vivir en esa cárcel. Ahí descubrí seres que tenían menos libertad que yo todavía.
Hans me seguía a distancia para no molestarme en mi paseo. Noté como se iba alejando de mí, o fui yo la que se iba retirando, no sé, pero al cabo de un rato le perdí de vista. Después de dar toda la vuelta al recinto, le distinguí en la puerta. Me estaba esperando con algo de comida. Pero le observé despidiéndose de mi piloto. Eso fue lo que me animó a tomar la decisión, tantas veces pensada. Nunca había tenido el valor de hacerlo, pero la visión de otro engaño, el último, fue definitiva.
Con mucha dificultad salí sin que me viera. Había roto el único lazo con mi destino, había ganado mi derecho a la libertad.

Virtudess

martes, 15 de febrero de 2011

El Olvido en la Tarde


Me había fijado en ella en la boda, iba acompañada por una amiga, y solo me atreví a mirarla con cierto descaro para llamar su atención. Ella lo notó y tomó nota. Después de la boda alguien dijo de continuar la juerga en un piso que tenía cerca de la avenida. Subimos cuatro pisos de terrazo claro y deteriorado y ante una puerta desvaída se abrió un mundo distinto: un piso de estudiantes, de muebles viejos y con estilos propios y diferentes, que nos ofrecía posibilidades desconocidas. En el salón de la casa se puso música de la que nadie oye, y con alcohol y cola en vasos de plástico, comenzó la fiesta. Se empezaron a hacer grupitos de personas, que solo se conocían de aquel día, que entablaron enseguida conversaciones de política, comentarios sobre la boda o cualquier otro asunto. Era gente abierta y se cambiaba de tertulia con facilidad. Simplemente girándote, participabas de otra conversación, y con un gesto de aprobación te metías en la charla.
En el comedor, una habitación algo esquinada y con acceso a otra estancia con literas, se creó un ambiente de complicidad. La gente que había allí, continuando con la conversación, y abandonándose al ambiente, comenzó un baile muy cercano. Era el resultado de la felicidad y el alcohol. Las personas que no bailaban se salieron al salón.
 Entré al comedor a buscarla, ella salía sin pareja. Me vio, y sin decir nada, con una leve sonrisa se fue hacia el centro de la habitación. La luz desaparecía por el ventanal que daba a la avenida. Allí era donde más perdidas y arropadas estábamos. Nadie miraba a nadie, era como una orgía impersonal, todas éramos conocidas y desconocidas.
Se creó un entorno privado, propio, donde nadie era consciente de la pareja que tenía al lado, y el grado de intimidad creció al máximo.
Ella llevaba un vestido precioso con cuello alto y sin mangas. Delgada de brazos y de talle fino, nos encontramos, y sin hablar, nos juntamos y apretamos, intentando buscar la postura idónea. Su cabello rubio, más largo que el mío, caía sobre mi hombro y volvía a desaparecer. Nos movíamos bailando, pero lo que en realidad estábamos haciendo era conectarnos. No nos conocíamos de nada, no conocíamos nuestros nombres, ni la cercanía a los contrayentes, solo teníamos en común una sonrisa de duda, una mirada de aprobación y un deseo de contacto. El deseo de acercarnos, de estar juntas, de estar unidas. Tenía la altura exacta, el tamaño adecuado para ser abrazada, para estar pegada a mi. En un principio no notaba ninguna parte de su cuerpo en especial, porque estábamos ajustadas como dos piezas que tienen que funcionar juntas. Nos quedamos paradas para no perder el poco contacto que podíamos perder con el movimiento pausado del baile. Quietas, empezamos a apretarnos, para ajustarnos aun más si fuera posible, ayudadas por las manos, apoyadas descaradamente encima de nuestros vestidos, incluso intentamos mover nuestro pecho para rozarnos más, pero fue imposible por el perfecto acomodo que teníamos. Después de unos minutos cálidos, yo estaba totalmente excitada y no quería soltarme, pero ella aflojó los brazos. Me cogió de la mano y me llevó al cuarto de las literas.
 Allí el ambiente era aún más oscuro, debido a la caída de la tarde y a su ventana de menor tamaño. En la cama de arriba había una pareja que se abrazaba con avaricia, por los movimientos entre las sombras y jadeos que dejaban escapar sin ningún pudor.
Parecía que se habían creado dos habitaciones para el amor desconocido, anónimo y generoso. Ella se sentó en la litera de abajo, y después de dedicarme una sonrisa incitadora, se fue al lado de la pared y dejó casi toda la cama para mi. Me tumbé a su lado e intenté besarla, pero ella se subió encima, me sujetó las muñecas, a los lados de mi cara con las manos y empezó a besarme. Empezó por los dedos, las muñecas, los brazos, por encima del pecho, el cuello, la barbilla y siguió por el otro lado. Yo quería alcanzar a probar su sabor, pero ella parecía que sabía lo que estaba haciendo. No podía dejar de desearla y estaba cada vez más excitada. La noche terminó en mi piso, entre su piel de seda y mi deseo de franela.
Desde aquella noche nos hemos visto todos los días. Y ahora después de cincuenta años de vivir juntas, como dos amigas solteronas, con la única tristeza de no haber podido gritar al mundo nuestro amor,  en esta tarde tranquila, empezamos a olvidarnos.

Virtudess

jueves, 10 de febrero de 2011

Entre Vísperas y Completas



En clausura la vida se desliza lentamente. Después de Vísperas, en la capilla, no consigo ser yo, no me encuentro. No sé si es por la cercanía o lejanía que siento aquí, o por la compañía de tantos seres programados que la visitamos a diario, con las cuales no me siento identificada. Me aconsejan que busque fuera, en una dirección determinada, las respuestas que en mi soledad persigo y vislumbro en mi interior.

En este sigilo, me gustaría ser yo misma, aunque solo fuera frente a mí. Reservarme un minuto en esta vida de retiro, de tanta entrega a la comunidad, al recogimiento, para preguntarme qué soy, quién soy, qué quiero conseguir en la vida, pero sobre todo, qué hago aquí...
En mi encierro envidio sentir, como lo hacen las otras mujeres del mundo. Por un ventanuco veo su cara de felicidad, que yo nunca he tenido y me doy cuenta de mis carencias. Yo también tengo necesidad de enamorar y de que me enamoren. No solo adorar a una imagen, que dicen que me ama, aunque yo no lo sienta, también necesito amor carnal, aunque en este silencio impuesto no pueda decirlo. Se supone que tenemos suficiente amor con desearlo; el que representan algunas imágenes y el de las demás hermanas, pero para mí no es suficiente. Quiero apoyarme en esta pena continua, en este dolor indefinido, en el desgarro interior que siento al intentar dejar una vida  impuesta, que aunque triste se supone que cómoda. Me han tapado los ojos, o me he tapado los ojos con una vida segura y despreocupada.                                                                                               
¿Por qué tengo que aparentar? ¿Por qué tengo que ser la que no soy ante ellas?
El monótono reloj en el que vivo solo hace tic, pero yo quiero amar como cualquier mujer, con la mente y con el cuerpo. Con la mente estoy empezado a hacerlo; se me está olvidando ese sentimiento de culpa que me inculcaron de niña. Con el cuerpo pretendo hacerlo ahora, ya no me valen los sueños. No me sirve, siempre que tengo dudas, mi casi enfermizo amor por mí misma, aunque después el remordimiento me vuelva a mi posición y me reubique en el rebaño. Necesito otra mujer con la que compartir, con la que equivocarme y acertar juntas, otra mujer que experimente la misma sensación que yo cuando veo algo que me atrae, que me excita, otra mujer con la que no tenga que disimular cuando se desata la pasión; que ahora tengo que disfrazar con un amor egoísta. Necesito tocar y ser tocada. Bajo esta vestidura aletea una vida que necesita de un amor compartido, pleno, no limitado en su expresión más hermosa. Basta de sufrir voluntariamente y con agrado. A nadie le gustan las penas y menos cuando son deseadas, buscadas y conseguidas. Desde ahora dejaré abierta la puerta de mi celda.
Voy a lanzarme a vivir fuera de estos muros y si me equivoco sufriré las consecuencias, como cualquier mujer que no ha tenido unos hábitos y una institución que la proteja.
Virtudess